lunes, 21 de enero de 2013

Misionero canario: una existencia profética

El jesuita, durante celebración de los indios yanomamis, con quienes comparte su vida. / DA
A este misionero tuve la suerte de conocerle hace un par de años. Con el Auditorio de Vecindario a reventar de jóvenes que celebraban un encuentro de solidaridad, Fernando López impartió una charla que nos dejó a todos maravillados. Cercano, entutiasta, cuestionador, luchador,... todo esto y mucho más es Fernando. Un misionero jesuíta, un cristiano comprometodo con los más pobres, una voz profética que nos interpepela y cuestiona muchos de los valores de Occidente. El ártículo ha aparecido en www.diariodeavisos.com de Tenerife y aunque es algo largo, creo que merece la pena.


Una existencia profética

Pintan el cuerpo del misionero para celebración de ritual /DA
Un rato de conversación con Fernando López te deja sin defensas. Su discurso y, sobre todo, su vida, desmontan cualquier dogmatismo acomodaticio construido para afrontar la realidad. Su existencia es profética, ahora incluso más que nunca, en un contexto occidental en el que la crisis ha puesto patas arriba todas las seguridades de nuestro mundo, o de esta “selva”, como le gusta llamar también a este otro lado del Atlántico al jesuita palmero que vive con los indígenas en plena Amazonía.

Compartió el destino de los pueblos inundables y del basural de Paraguay, país al que llegó en 1985, en plena dictadura de Stroessner, donde encontró una Iglesia “plantada” ante el terror impuesto por el tirano. También acompañó, bajo los puentes de las urbes brasileñas, a los meninos da rua (los niños de la calle), y ahora lleva más de una década con los indígenas de la selva amazónica. “Dios me dio muchas facilidades para hacer lo que hago; me costaría mucho más insertarme en la selva de Madrid. Y hay que hacerlo, porque una selva sin la otra no tiene solución; si aquello se rompe, nos cargamos el planeta”, comenta.

Un licenciado en Física por la Universidad de Sevilla, con una fuerte proyección intelectual, decidió
hace veintiocho años responder al interrogante que le asaltaba desde la adolescencia por las calles de la capital palmera. “Una pregunta que le hacía a los papás con quince años es que este asunto que me da nacer en una familia que tiene condiciones y otros no, ¿es una cuestión de suerte?. Si fuese así, Dios es injusto, pero si no es así, la pregunta que Dios nos invita a hacernos es de qué lado nos queremos poner”.

Y cuando terminó la carrera lo vio claro y decidió situarse en los márgenes, con los olvidados y desheredados de la tierra. Una opción por los pobres que los jesuitas se han marcado como “preferencial” en sus estatutos y que Fernando López ha llevado al límite, que es donde también Ignacio de Loyola quería que se situaran sus seguidores.

Ahora pasa unos meses en La Palma, acompañando a sus padres, y se ha encontrado con la realidad socioeconómica que padece Europa con la crisis. “Aquí hay mucha gente pasándolo mal, es verdad, pero qué bueno que la crisis llegó, porque eso significa de forma clara que el sistema no da más de sí”, argumentó. “Hasta ahora, aquí vivían en esta burbuja a base de pisar los últimos 500 años el despegue del Sur. En algo nos hemos equivocado, hermano”, sentenció.


GIRO EPISTEMOLÓGICO

Para Fernando López, esta situación está contribuyendo a generar una especie de “conciencia global, que me llena de esperanza”. “No vivo la crisis como desengaño, sino qué bueno que está tocando fondo el sistema porque hay que parir una nueva historia. En estos tiempos fuertes nos tenemos que embarazar y soñar una nueva historia, empujar y parirla, y no dejar que un puñado de gente, los que controlan el sistema financiero, sigan imponiendo su lógica”, argumentó entre sorbos de mate.

Una forma de estar en el mundo que asegura haber aprendido con los pueblos americanos. “Cómo es posible que 20.000 indios enfrenten empresas madereras y consigan ganar, después de costar la vida de líderes asesinados, mujeres violadas y pueblos quemados. ¿Qué tienen ellos que a nosotros se nos ha cortado, por qué se plantan así y nosotros estamos tan acomodados, en un sistema donde la democracia todavía está por inventar?”, se pregunta.

En este sentido, expresó su temor “cuando la gente se queja de que los políticos no resuelven las cosas”. “¿Queremos un modo paternalista, donde la solución venga de arriba? No, estamos equivocados, tiene que venir de abajo, de tus opciones de vida. Los pueblos indígenas no esperan en sus aldeas a que los gobiernos le solucionen los problemas”, añadió.

INSURGENCIA

El jesuita palmero tiene claro que “lo que hay que promover en occidente es la insurgencia; y aquí soy profundamente no violento. Por ninguna cosa estoy dispuesto a matar”. En esta línea, recordó que las propuestas más insurgentes que se han planteado en la América de los últimos cincuenta años vienen de los movimientos indígenas: Chiapas, los gobiernos de Ecuador y Bolivia, los mapuches en Chile. “¿Qué tienen ellos que a nosotros nos falta? Necesitamos profecía, que levantemos la cabeza por encima de las nubes grises del sistema, que la historia no se acabó y que no podemos esperar a que los de arriba pongan la solución, que vendrá cuando tú y yo nos posicionamos y nos la jugamos”, propuso López.


INDÍGENAS

En esta visión global ha sido decisiva su introducción en el camino chamánico, que empezó con los guaraníes, en Paraguay, y continuó con los yanomamis. “Comienzo, con 52 años que tengo, en estos últimos años amazónicos, a poderme vivir algo que el mundo occidental no me enseñó y que me coloca en una relación de sacralidad con el entorno”, explicó el jesuita que ha entrado a fondo en la cultura indígena en ese diálogo interreligioso que fomenta la Compañía de Jesús.

Fernando López sostiene que “esta sabiduría relacional”, donde la realidad está estrechamente conectada como una tela de araña, “en occidente nos la hemos cargado”.

“Tenemos que sabernos cuidar, dejar de ser depredadores y pasar a ser cuidadores de algo tan misterioso como es la vida, las relaciones, el universo, Dios. Si en occidente no somos capaces de recuperar el sentido mistérico de la realidad, estamos perdidos”.

En este encuentro con el otro es cuando se produce esa quiebra epistemológica por la que aboga para Occidente. “Cuánta vergüenza he pasado cuando en los pueblos indígenas me preguntan por qué somos así. He sentido vergüenza de ser occidental, blanco y de ojos azules. Un chamán indígena respeta el agua y no se le ocurre mear donde va a beber, otros echan mercurio en los ríos”.



EL BUEN VIVIR

El buen vivir o Sumak kawsay, en quichua ecuatoriano, de donde se adoptó este principio que promovieron los foros sociales y hoy recogen las constituciones de Bolivia y Ecuador, desmonta el sistema de valores de occidente, edificado sobre el modelo de progreso y desarrollo indefinido, gestado bajo la luz de la Ilustración. “Los occidentales dicen que quieren vivir mejor, mientras otros vivirán peor; nosotros queremos buen vivir para todos”, explica López, quien sostiene que el reto de la sociedad actual, entendida desde el punto de vista global, está en cómo construir esta “trama de reciprocidad”. Defiende además que el paradigma del buen vivir introduce, junto con los Derechos Humanos, “los derechos ambientales y los derechos cósmicos”. “Tenemos que sabernos parte de una telaraña de una vida profundamente frágil, que hay que saber cuidar”. Y un referente para tener esa mirada global sobre la realidad, a juicio de López, son los pueblos indígenas de Amazonía. “Mientras no aceptemos que los pueblos indígenas son semillas de solución a los problemas que tenemos, no avanzaremos. Occidente ha aportado cosas buenas a lo largo de su historia que hay que conservar, pero que no se piense que es la solución”.

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